Aram Aharonian
Hace dos décadas, la movilización de trabajadores, campesinos, estudiantes, exigía la necesidad de otro mundo posible, en plena arremetida del neoliberalismo y de la financiarización de la economía. Había esperanza, había entusiasmo, había movilización. Estábamos (re)descubriéndonos, viéndonos con nuestros propios ojos.
Y también surgían gobiernos progresistas, preocupados por las grandes mayorías de sus países, por la paz, el multilateralismo, que, vale reconocerlo, dieron aliento a la creación y a las casi un centenar de sucesivas reuniones multitudinarias del Foro Social Mundial, desde Porto Alegre al mundo.
¿Otro mundo todavía es posible?, se pregunta el sociólogo brasileño Emir Sader (1). Lo cierto es que éste, el de hoy, ya es otro mundo. No el que queríamos, no por el que luchábamos, pero sin duda muy, muy diferente a aquel de principios del milenio. Ese mundo ya no existe. Pero tampoco existen los imaginarios unitarios de ese mundo que anhelábamos.